miércoles, 18 de julio de 2012

PARA QUÉ DE LA POESÍA ANTE EL MISTERIO

     Mi camino poético, frágil y pasajero, anda tal vez su última etapa. No por sus alcances, sino por entrever, junto a las natales orillas del Uruguay, otras orillas.
 La poesía –si se quiere ser fiel a su llamado- siempre es búsqueda, búsquedas.  Las mías han nacido de la escritura de los poemas, sin pensamiento previo y con la sola intención de expresarme lo más fielmente. El poeta no tiene que pensar en un público; su vocación es expresarse, con la conciencia de que el poema perfecto no se alcanza, queda ante nuestros ojos para seguir buscando. Por eso, a un poema le sigue otro y lo mismo ocurre con los libros.
Tal vez el texto de un verdadero gran poeta argentino y universal, Roberto Juarroz, visto con posterioridad a mis escritos y no como guía anterior preestablecida, ayude a comprender mis intentos, sólo mis intentos.
Supe desde siempre que mi búsqueda, si tenía algún resultado más o menos logrado, sería de muy lenta aceptación. ¿Por qué? Porque creo haberme planteado otra cosa, haber intentado otra cosa. Alguien dirá las palabras cómodas: una “poesía metafísica”, una búsqueda de esencias, una indagación en zonas difíciles de expresar de la realidad. Pienso que no es suficiente. En buena medida se trataba, y se trata, de una inversión, de una conversión de lo que es más  general. Yo creo que es preciso dejar de lado todo lo que sea desahogo sentimental, anécdota, discurso, ornamentación, uso confortable y más o menos atractivo de un plano inmediato del lenguaje. Creo que para llegar a ciertos núcleos muy difíciles de captar de nuestra experiencia profunda es necesario algo así como una ascesis en donde cada cosa que aparezca sea en lo posible irreemplazable. ROBERTO JUARROZ. Poesía y creación.
En  realidad yo no me planteé otra cosa, no tuve esa clarividencia de un poeta mayúsculo; la otra cosa vino sola, como vislumbres expresivos, respuestas siempre insuficientes a mis inacabadas preguntas por la realidad de lo que aparece o desaparece o jamás aparece: Cuando creas que en el puño/ tú ya tienes la verdad,/ si no lo abres ignoras,/ si lo abres, ya no está. Entre tierra y canto, 1981. Con el pico de la palabra al hombro/ me salí un día a excavar el mundo. Entreluces, 1996. Andan los años con el alma en guardia/ por si acontece la luz de la vertiente <>. En tránsito, 2008.
Temáticamente, entonces, la misma búsqueda con los distintos niveles de pensamiento y de dicción que va marcando la experiencia. En muchos poemas de libros anteriores a Des/habitaciones (2006) ya fueron apareciendo nuevas formas de expresión, pero fue con este libro publicado, fíjense, a los 64 años, -y no sin la contribución de algunas voces, sobre todo la de Horacio Castillo, otro verdadero gran poeta- que encontré esa unidad de fondo y forma: el estilo que me conforma en los dos sentidos de la palabra.
De vuelta en Colón –Nunca me partí/ del todo./ No soy ido./ Sí. Lo saben- he tratado de acercar a quienes quisieran algunos de los caminos de la poesía contemporánea, tanto con las Ventanas a la poesía, que El Observador Regional generosamente me ha permitido abrir, como con las reuniones del taller Palabra en el tiempo, cuyos logros –el de sus integrantes- están comenzando a ser conocidos, en hora buena. Esta presentación tiene el mismo motivo fundamental: que ustedes conozcan que hace tiempo que la poesía –en una de sus posibilidades expresivas, porque la fuente es ancha aunque siempre con la exigencia del lenguaje como marca de autenticidad- tiene en cuenta –como expresara Raúl Gustavo Aguirre- la seriedad del mundo y la incorpora en sus manifestaciones. Cito a Aguirre: Nunca como hoy la poesía estuvo cargada de tanta responsabilidad, ya que se quiere ver en ella uno de los pocos “valores que subsisten en un mundo sin valores”, un “único medio de comprender y develar la realidad en medio de la ruina y la negación de los tradicionales modos de comprensión racional de ésta”.
El poeta de estos tiempos de penuria cada vez mayor no levanta la voz  retóricamente, porque es consciente de los pecados del lenguaje, de la vana rotundidad; no se cree poseído por ningún dios, ni trata de hablar, narcisistamente, de sí mismo, sino de preguntarse y preguntar ante el misterio. Por eso tanto balbuceo, tanto espacio en blanco y silencio en sus palabras. Por eso tanto desasosiego por buscar las voces perdidas  de los orígenes.
Ellas
¿Cómo rozar el inicial abrazo
de las interjecciones, la flor
en la raíz de las palabras?

¿Dejándolas subir y caer
desnudas en el aire?

Acaso, entre guardas
de silencios, ellas
tartamu
             dirán.
                           (De Sombras de luz, 2007)

El poeta no es un charlatán ni un sabelotodo. Como decía un eminente crítico alemán, Gadamer: Algo de esta sabiduría de balbucir y enmudecer sea tal vez la herencia que nuestra cultura espiritual deba transmitir a las futuras generaciones.


EL  MISTERIO EN LA EXISTENCIA, EN LA POESÍA.

Creo que el poema Compañía, de Sombras de luz (2007), junta los dos temas en uno.
¿No las guardarían como as de espadas
para la ocasión última de comercio,
si las palabras salvaran de la muerte?
Pero ellas no ocupan pizarra de la oferta.
Ellas, al lado sólo están de quienes viven
su compañía en el misterio.

El poeta, el hombre, ante el misterio de la existencia,  cósmicamente ampliado con los nuevos descubrimientos. El hombre ante el misterio y con la compañía de la poesía. Es la conciencia del no saber, que -como dice un crítico no es una ignorancia sino un difícil acto de superación del conocimiento- la que determina la poca extensión del poema, su tono reflexivo, meditativo. El mismo de este encuentro. Poesía que no vende la autenticidad de su vestido y, por lo tanto, no busca la complacencia del lector, el aplauso público, sino que lo invita a dar un paso más: a pensar, a buscar, a buscarse. Poesía como compañera de la existencia humana.
Y otro poema, Homo, de En tránsito (2008), como acercamiento desde la poesía al misterio del hombre.


Aunque ha saltado los azules bordes,
sueña con Júpiter, con ir al más allá
de la Vía Láctea, saber el polvo
paternal de los astros,
no excede la conciencia mortal
que a pedazos de símbolos tienta
la majestad del Universo.

Les leo lo que escribí en La poesía desde los poemas (2009).
En este poema –creo- se resume toda mi metapoética; o sea, mi poesía sobre la poesía.
Si bien el hombre ha logrado proezas en su exploración del espacio y hasta ha puesto en órbita un telescopio que capta la formación y muerte de las estrellas, yo creo que su mayor grandeza reside en su capacidad simbólica, en ir juntando una cosa con otra –significado etimológico de simbolizar- y de esa manera ir tocando, a tientas, ir tentando, la majestad del Universo, su inasible infinitud. Así, el hombre, ser finito, se religa con lo Infinito. La poesía nacida de la conciencia mortal, siente hondamente esa nostalgia de lo Otro, la Otredad del Ser que decía Machado..
Por otro lado, el vocablo Universo tiene como uno de sus componentes a la voz verso, participio del verbo verter, que como sustantivo señaló el surco que da vuelta; después, el renglón.
Vertido hacia lo Uno es uno de los significados de Universo, mayúscula abstracción del poeta homo, el ser autopoético -puesto que debe hacer su propia vida- y de Poética infinita.



PARA QUÉ,  LA POESÍA

La idea trabaja sobre la nada./ En el humilde ojo de lo oscuro/ la penumbra encuentra/ una morada transitoria./¿Quién puso en el mundo la palabra?/ El silencio tenía un infinito rostro/ y el sitio elegido para vivir señalaba el lugar/ donde se nace y se muere,/ donde estaba encerrada la verdad. (Horacio Preler. Aquello que uno ama, 11.)

La Poesía responde a la honda afirmación abierta por la pregunta retórica  de otro Horacio maestro. Y así se anima -en dos poemas de En tránsito- a dejar atrás sus momentos de sequedad en Barbecho -sufren las palabras/ intermitencias de lluvia- o de vacilación en Disuasión. ¿Por qué aflojar las sogas de la carpa?/ ¿Cuándo aseguraran ellas/ un más allá de grafías o sonidos/ o-aun entre aleteos de luces-/ no dejaran entrever el pobre/ vestido de la carne?
Más que una respuesta es un contento  para el cierto número de los que la amamos -como decía  Mallarmé. Ella es sostén de la carpa fantástica/ de encendido fogón/ donde juntan las horas (Del relato, Des/habitaciones). Pero es más que eso, mucho más. Sí, las palabras poéticas, las de la poesía, la poesía –lo vimos en Compañía-  no nos salvan de la muerte. ¿Cómo podrían hacerlo si son nuestras compañeras? Pero ellas, a nuestro lado están ante el misterio, tema central de esta poética.
Sí, las palabras como compañeras de la vida. Andar la vida Con las palabras. Quiero disfrutar de las palabras/ arrojarlas naranjas por las calles/ sin dejarlas caer, equilibrista./ Darlas, recibirlas, sin dejarlas caer./ Quiero disfrutar de las palabras/ disfrutarlas naranjas,/ hasta la última gota/ de la nube.
Tal vez, hasta vivir con ellas, más allá de nuestro tiempo. Las palabras no van hacia el silencio./ Algún día alguien las encuentra/ por las calles perdidas de los libros./ Las vuelve abrir como una flor,/ una puerta o una blusa.// Las palabras no mueren con el hombre/ que las puso a vivir en las esquinas/ del dolor o el regocijo. // No callan del todo con certeza./ Les queda el soplo de la luz/ alguna otra vez entre las hojas. Apuesta, de Con las palabras. La misma apuesta de Pasos, último poema de En tránsito y de este libro: Anda la poesía/ los pasos del aliento/ por la carne. Otros/ ojos la vuelven/ al camino. Otros ojos –creo-, no sólo  de  lectores sino también de poetas, porque mueren y renacen las palabras. (Continuo, En tránsito.)
Pero, más allá de esta conjetural sobrevida, siempre la poesía como compañera de nuestros días, De sol y noche. Bendita palabra de sol y noche./ Admirada de ser. Balbuciendo/ las dádivas que caen las sombras./ Hermanada al fulgor del relámpago./ Tras los pasos niños de Adán y Eva,// Desnuda hasta el alma en el mar/ de preguntas.
Poesía de la admiración y del silencio, de la fugacidad y de la desnudez, del no saber de las preguntas. Poesía consciente del peso de la carne pero llevada -por el misterio – a las  bandadas de palabras/  tras un roce de tiempo con lo eterno. Poeta, En tránsito.
¿Es esta sensación de universo el para qué de la poesía? ¿Es ésta la respuesta a aquellas preguntas de Sombras: ¿Qué moción las junta, como a esos niños/ que en los escalones de la esquina/ cuentan ocurrencias, ríen/ en el intento de suspender la tarde?// ¿Qué otra voluntad las saca de la nada/ como sombras de luz de la Poesía?
La poesía no es respuesta, es experiencia dicha. Y entre los poemas dichos, elijo Despliegue, el primer poema de Con las palabras, hermano de sangre de Poeta, para cerrar -sin pretensión de encerrar ninguna evidencia- esta lectura, siempre parcial y menesterosa. En buena parte, como la de todos.
Despliegan repliegues las palabras./ Como las hojas que da el árbol,/ cuando tras la lluvia/ el sol las aparece.// Se espera que ellas suban/ (a veces a lo náufrago)/ un gajo de voz a la tremenda,/ fascinante enramada.// Que entre el follaje salven/ un despliegue minúsculo.// Como a la luz/ un relámpago la salva/ de los continuos de la noche.
¿Qué es lo que se espera de las palabras? Jugando con la imagen del árbol, muy asociada a la creación poética en mi escritura, quien escribe ansía que ellas, las palabras, suban, a veces desesperadamente, un gajo de voz –un poema, un verso, una imagen, sílaba, fonema-  a la tremenda,/ fascinante enramada. “Tremendo y fascinante” son las categorías, que Otto –en su libro Lo santo- atribuye a lo divino: espanto y atracción. Aquí están trasladadas al campo de la realidad viviente, incluso al de la totalidad de la creación poética.
 Eso espera el poeta: que allí, en el inmenso follaje de la poesía universal, las palabras concretas del poema salven su hacer poético, un despliegue minúsculo. ¿Salvarlo de qué? Del anonimato, de la inexistencia, de la mortalidad de su palabra. ¿No es esto una desmesura? ¿Busca el poeta la inmortalidad? Entiendo que la comparación final ajusta la medida humana del deseo. El poeta clama porque su producción, despliegue minúsculo, obtenga al menos la fulguración mínima de un relámpago de tiempo en lo eterno.
Se me ocurre que aquí está mucho del por qué uno escribe. Para vivir, para salvarnos, aunque más no fuera por un instante, de la nada absoluta. El poema expresa el deseo más trascendente de quien escribe: tener un lugar, un gajo de voz/ en la tremenda, fascinante enramada de lo vivo. El poema es el poeta o lo representa. Y también será el oyente, el
lector, si es que con el poema el receptor siente que tartamudice -o sea, puja por decirse en él- el unísono pájaro de la identificación: esto yo también de algún modo lo he sentido o vivido, porque como decía otro verdaderamente gran  poeta, el  español José Luis Martín Descalzo: por donde pasa un alma, pasan las de los demás.                                                 
                                                           Alfredo Jorge Maxit
            Colón, viernes 30 de octubre de 2009

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